EL VIAJE A NINGUNA PARTE |
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PEREGRINAJE
Por lo infinito e
inestable de la luz y
la sombra
tu piel te ha
mantenido, y te has
calzado con
matéria adherida,
miserable o gloriosa,
la piel con que te unes
a la tierra descalzo
Pilar Paz Pasamar
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“Esto del cine es una
mierda”.
Así resumía clara y
contundentemente Fernando
Fernan Gómez en su película
“El viaje a ninguna parte”,
la terrible y lenta agonía
que empezaban a sufrir los
cómicos de la legua en la
España de hace ya unas
cuantas décadas.
Sobre si la fotografía mató
a la pintura y el cine
homicida al teatro se ha
discutido mucho, pero sin
menospreciar la fabulosa
aportación de los hermanos
Lumiere ( paradójicamente y
con gran acierto, también
se homenajea al celuloide,
llevando a la gran pantalla
la narración de esta
historia) Bill Gates y
otros “iluminados”, lo que
es indiscutible para muchos
de nosotros, es que tanto
el Pintor como el Actor,
sienten la necesidad de
ponerse a prueba cuando
retoman las más
rudimentarias herramientas,
sea su cuerpo o pigmento de
color y suben a un
escenario desnudo o agarran
una brocha en la intimidad
de su estudio.
La reivindicación de la
pintura y del teatro (como
forma independiente de
expresión) ante las nuevas
tendencias, consecuencia de
las tecnologías actuales,
surge de manera individual
como un instinto visceral
de supervivencia creativa
ante un mundo de cambios
vertiginosos y se traduce,
a veces, en movimientos
artísticos que permiten una
reorientación del arte o
que al menos, se cuestionan
a sí mismos.
No se trata de rechazar o
cerrar puertas, se trata de
digerir y dar tiempo a que
los nuevos elementos de
actuación propongan algo
verdaderamente interesante
para el discurso del
artista y que la
experimentación sea, no
sólo de forma, sino también
de fondo.
El tiempo es fundamental
para la maduración (lo sabe
cualquiera que tiene una
mata de tomates), no se
puede obviar este factor y
entrar en la espiral de
producción compulsiva y
cambio constante, sólo para
satisfacer a un mercado tan
voraz que termina
engullendo al propio
artista antes de que éste
haya germinado.
Simplemente cada uno
debería andar con el ritmo
y los zapatos adecuados a
sus pies.
Hablar de crisis en el arte
es ya un clásico, pero es
esperanzador constatar que,
al menos, este debate sigue
en pie y que precisamente,
no llegar “a ninguna
parte”, sea quizás la clave
de que esto no termine
nunca.
Esta exposición está ideada
como un juego. Hemos creado
un cuento, un mapa de ruta
a través de los zapatos que
cuarenta y siete artistas,
representativos del Arte
Contemporáneo, están
creando y que nos invitan a
hacer un recorrido por un
camino. La instalación
(bien podría ser la
escenografía de un montaje)
propone el soporte de la
acción a desarrollar, la
que debe intuirse y
andarse. En ella se
encuentran los
objetos-símbolos que
interpretan la historia,
supliendo el movimiento o
desvelando lo que la
palabra no cuenta.
Se habla del tiempo, de
cada paso que se da, de
insistir y resistir, de la
búsqueda de la creación,
del camino sin garantías,
el inexistente, el camino
interior y exterior, el que
está por abrir y el que
desechamos. Se habla de los
zapatos de polvo de
diamante de Warhol y de los
empolvados zapatos de Van
Goht, de las Zapatillas
Rojas, Tacones Lejanos y La
Cenicienta…
Sobre la serie de zapatos
de Van Goht, el historiador
y crítico de arte Meyer
Shapiro comenta: “Son
símbolos de la práctica de
caminante que realizó
durante toda su vida y del
ideal de vida de
peregrinación, en un
continuo intercambio de
experiencias”. Así es,
camino y peregrinación,
intercambio y experiencias
son conceptos básicos para
el arte.
Bacon decía que “Al hombre
se le conoce por sus
zapatos”. Es cierto que un
zapato desprovisto de su
dueño, transmite tanta
información acerca de éste
como su libreta de notas,
pero si encima se ha
intervenido plásticamente
sobre ellos, la información
se multiplica, pudiéndose
contemplar en la
exposición, una multitud de
conceptos, estéticas y
lenguajes que cada autor
con plena libertad de
actuación a vertido sobre
el objeto que ocupa la
muestra, para que, la
lectura global o individual
de cada pieza queda
abierta, como se pretende
al espectador.
Por nuestra parte, desde la
Neilson Gallery, queremos
expresar nuestro
agradecimiento a los
artistas que han colaborado
en estos cinco años con la
Galería, y a todos los
“cómicos de la legua” que
aún están en el camino. Es,
en fin, un homenaje para
ellos, en su incesante
búsqueda y en su viaje,
interminable, a ninguna
parte…
Poniendo en marcha este
proyecto, en noviembre de
2007, nos dejó el que lo
inspira. En mayo de 2008
partió también nuestro
querido compañero Quico
Rivas. Sea para estos dos
grandes, también nuestro
recuerdo.
Maru Redondo Jack Neilson
Neilson Gallery
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PARA
NO LLEGAR A PARTE
ALGUNA
El viaje a ninguna
parte es una metáfora
viva, pero también
visiva ―traída de la
mano del
cinematógrafo―, porque
alude al continuo fluir
de la imaginación
hacedera, y sobre todo
nos remite a ese venero
líquido que es el ojo,
fuente de donde mana y
corre toda visión, toda
poesía visual, toda
poesía no del todo
silenciosa. Viaje es
palabra cuyo
significado alude, en
una de sus acepciones,
a camino por donde se
hace; aunque, no deba
olvidarse, desde este
mismo momento, que la
primera condición para
hacer camino es que no
lo haya. Caminante no
hay camino… Es esto a
lo que parece apuntar
El viaje a ninguna
parte, a una búsqueda
sin término, a un
camino sin fin, pero
del que se nos va dando
cuenta del inexorable
paso del tiempo, de
cada andadura, tanto de
la que está por darse,
como de la que dejamos
atrás, sin solución de
continuidad. Esta
muestra reúne,
doblemente, este
cumplimiento: de un
lado, obra de varia
intención, en soportes
distintos, marcada por
un expresivismo visual
en el que sorprende la
indagación frente a los
diferentes modos de ver
el asunto; y, de otro,
modos de resolver, en
los que la visión
imaginante parece irse
deslizando, entre el
azar y la curiosidad
desmandada, con una
pulcritud de concepto
próxima y actual. El
viaje a ninguna parte
señala, también, el
diferente modo de
acercamiento que estos
artistas hacen a la
producción reciente de
las artes visuales.
Los artistas aquí
reunidos en el Baluarte
de Cádiz, vienen
cultivando, con
sobriedad y
desprendimiento, desde
principios de los años
ochenta, junto a la
espontaneidad del juego
frente a las distintas
gestualidades, su
hallazgo más logrado;
la obra del ritmo, que
es acaso la evocación
de la discontinuidad y
la alternancia,
probablemente una de
las razones que agitan
el arte de nuestro
tiempo. Sucede que,
para esta actitud
multidisciplinar, donde
se mezclan
interpretaciones y
procedimientos visuales
distintos, todo
expresivismo conceptual
conduce a la
abstracción del asunto,
porque ver es el modo
en que los ojos actúan
sobre el concepto y la
mano conduce el libre
juego de los desatinos.
La resiliencia y la
refractariedad de los
artistas convocados en
esta ocasión ―cuarenta
y siete artistas―,
persisten en mostrarnos
la ruptura de la
tradición, aunque ello
se haga desde la
tradición de la
ruptura, eso que otros
llaman tradición
moderna, esa que ha
venido haciendo de la
hermenéutica visual su
propio dominio, y en la
que cada artista ha de
lograr el gusto que lo
aprueba.
La dilección sostenida
por los procedimientos,
el volvimiento
arrebatado del
concepto, la
desenfadada inclinación
por el constructo, el
encanto de las
adherencias, la
autenticidad de las
emociones visuales, la
gana de resolver por la
seducción, la
invitación a leer con
los ojos, son algunos
de los rasgos que
marcan, sin esfuerzo
aparente, cada una de
estas propuestas. Para
todo artista, toda
acción termina en
expresión visual,
siente que es su
gestualidad, y no otra
cosa, lo que habita en
el soporte material,
cualquiera que sea, de
estos objetos visivos
que ahora se nos
muestran. En esta
escurridiza pero
delicada operación de
ir fijando en
escenografías múltiples
el objeto-símbolo ―de
gestear, rápida,
laboriosa y
detalladamente lo
conducido por el ojo―,
y de registrar sin más
a la manera de sus
imaginarios, con osadía
y desenfado, pero sin
afectación ni
amaneramiento, la
primera cosa a la que
se recurre es el
zapato, metáfora
visual, el término
último la luz, y dentro
de la luz el
derramamiento de la
imagen, pero también
del color; pues cada
pieza es un
acontecimiento.
La palabra zapato
parece provenir del
turco zabata. Calzado
que no pasa del
tobillo, con la parte
inferior de suela y lo
demás de piel, fieltro,
paño u otro tejido
cualquiera, más o menos
escotado por el
empeine. La noción
zapato es usada aquí en
tanto que metáfora
visiva, poética visual,
que va dándonos noticia
de ese compañero de
viaje que camina a
ninguna parte. Que
nadie espere ver, entre
estas piezas, sino los
diferentes modos de
intervención que operan
sobre la noción, el
concepto y el objeto.
El zapato sugiere con
bastante riqueza, a
pesar o gracias a la
falta de rigor con que
se le ha venido
utilizando, algunas de
las potencialidades y
también de los
cuestionamientos que el
objeto y su relato
plantean en las últimas
décadas. Por otra
parte, la preocupación
por el zapato, mirada
con nuevos ojos,
aparece como el asunto
que une registros de
ver diversos. Sin duda,
este precipitado de
visualidades plantea,
también, los límites
entre los relatos
referenciales y los
relatos de ficción:
límite presente en
estas diferentes
narrativas visuales y
en los planteos
propuestos.
Hay, además, en estas
distintas apuestas, por
insistir en los modos
de ver, por recuperar
la frescura de mirar,
por retomar el aliento
secreto de las
propuestas, trazas de
honestidad y buen
hacer. Hay nobleza y
dignidad, entre estos
múltiples soportes, que
tocan humildemente el
placer de nuestros
ojos. Hay signos,
incluso
interpretaciones, a
modo de estilemas, que
adquieren un sabor de
íntima e irremediable
soledad, pero que
invitan a los ojos a
ver, porque van dando
cuenta de las distintas
mañas de hacer sentir
la solidez seductora de
los materiales, las
soluciones requeridas,
que se van sumando a
los distintos
procedimientos. Sucede
así en este viaje a
ninguna parte, juego en
el espacio y contra el
tiempo; sucede también
con estos modos de ver,
que son modos de
resolver, a los que se
nos invita.
En cuanto al acto de
ver ―que es leer con
los ojos―, si bien es
cierto que ya es
aceptado por todos, que
la obra es por lo
menos, abierta y
permite una
multiplicidad de
interpretaciones; no
siempre se sigue con
suficiente atención las
operaciones y las
reacciones que permitan
afirmar que es el
lector ―el desocupado
veedor―, quien
construye la obra. El
propósito de esta
amplia muestra, El
viaje a ninguna parte,
no es otro sino el de
ahondar en algunas de
estas estrategias de
ver; pero también
proponer, una vez más,
el desafío al
reflexionar sobre la
prática-teórica de la
propia experiencia
estética, para
estimular el imaginario
en su lectura y abrir
el panorama actual
sobre lo nuevo que las
artes visuales y el
relato de las mismas,
todavía son capaces de
ofrecer. De los muchos
zapatos que la
resistencia, el
descuido y a veces la
pasión fueron dejando
en el camino; los
reunidos estos días, en
el Baluarte de Cádiz,
son los que prefiero,
porque incitan a la
tentación de calzarnos
con algunas de sus
tentativas.
Francisco Lira
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Neilson
Gallery - C/Dr Mateos Gago 50-54, 11610 Grazalema, Cadiz, España. - Tlf.: (+34)
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